Cuentan que un discípulo le preguntó a su maestro: "Maestro, ¿cuál es el secreto de tu serenidad?". Y el maestro respondió:
"Entregarme incondicionalmente a lo inevitable".
La sabiduría de la felicidad: distinguir lo inevitable de lo evitable, lo que está bajo mi control y lo que se escapa a él. A veces hay que entregarse al universo o a los hechos incondicionalmente, otras hay que pelear, luhar por aquellas cosas que consideramos no negociables. ¿Cuándo?: cuando es vital, cuando los principios y la vida están en juego.
Los estoicos mostraron un camino al respecto. Epíteto, el esclavo, afirmaba: «no pretendas que las cosas ocurran como tú deseas, sino desea que ocurran cómo se producen y serás siempre feliz». Y en otra parte agrega: «Por tanto, si quieres ser libre, no desees o no huyas de nada de lo que dependa de os otros, si no serás necesariamente esclavo». ¿Habrá peor esclavitud que aquella que nace de uno mismo? Prisioneros de la propia adicción, de la propia compulsión que se impone y nos maneja como marionetas. Entre el extremo de la "necesidad de control", que se manifiesta en la más cruda ansiedad, y el "descontrol descabellado", que define la incapacidad de poner y ponerse límites, hay un punto medio racional, saludable y constructivo en el que el "yo" se inventa a sí mismo y se descubre en la sabiduría del buen discernimiento.
Walter Riso
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